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Medir la sostenibilidad mejora la rentabilidad de las empresas gracias a los beneficios intangibles de la Responsabilidad Social Corporativa
Los beneficios intangibles de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) son ya menos intangibles, y también cada vez menos difíciles de demostrar. Cuando una empresa incluye en su estrategia de negocio objetivos de mejora ambiental y social junto a los económicos, y hace seguimiento honesto y sincero del cumplimiento de todos esos objetivos, se genera una transformación real en sus procedimientos de trabajo que aumenta sus beneficios, hace más claras sus oportunidades de desarrollo futuro y desde luego mejora su reputación, con todo lo que esto influye en la solidez del negocio y su rentabilidad. Y un gran motor de todos estos beneficios es medir los tres impactos periódicamente de la forma más cuantitativa y transparente posible.
Esto que el sentido común hace intuir y las leyes van convirtiendo poco a poco en una obligación cada vez más universal, es lo que convierte a la RSC en una de las mejores estrategias de gestión, quizás la única posible según el futuro que estamos construyendo entre todos. Y lo es para cualquier tipo y tamaño de empresa u organización.
Una RSC de verdad, no de escaparate
Para que funcione como motor de cualquier organización, la Responsabilidad Social Corporativa debe ser parte de la estrategia de forma clara, y no ser sólo un recurso o mensaje exitoso de campañas de reputación e imagen pública.
Eso implica que la entidad debe definir objetivos en los tres ámbitos de su sostenibilidad: el económico por supuesto, pero también en el social y en el ambiental. Sin uno de los tres, la tan cacareada sostenibilidad para salvar al mundo cojearía y no sería RSC.
Y además de definir objetivos claros de los tres tipos, para hacer verdad su RSC una organización debería también determinar indicadores de medida para cada uno de sus objetivos. Por ejemplo: número de personas beneficiadas de sus campañas; kilos de lo que sea recogidos, reutilizados o reincorporados a sus procesos; reducciones cuantitativas en impactos ambientales concretos como consumo de agua, de energía o generación de CO2, por empezar por los más sensibles; mejoras porcentuales de problemas sociales que nos rodean como la desnutrición infantil, la pobreza en cualquiera de sus formas, la educación social o la violencia… Todos estos son algunos de los muchísimos indicadores que podemos convertir en números para tener claro si estamos avanzando o no hacia nuestro objetivo.
En la elección de esos objetivos socioambientales, creo que una empresa debería centrarse en los problemas que por su actividad más puede influir o en los que tenga más cerca, porque así seguramente más beneficios podrá obtener resolviéndolos. No es egoísmo interesado, sino todo lo contrario. Dar y recibir en un ciclo infinito: economía circular.
Por ejemplo una empresa que se dedica a la formación en inteligencia emocional impacta en la calidad educativa, se marca el objetivo de mejorarla y hacerla más asequible, y así contrata más programas formativos. Un proceso productivo que demanda mucha agua impacta en las reservas de un bien universal y muy preciado, se marca el objetivo de innovar y reducir ese consumo, y así reduce su factura. Una empresa de construcción cuyas obras son muy vulnerables al robo y al vandalismo en las primeras fases, se marca el objetivo de reducir la delincuencia y aumentar la reinserción social de las personas en riesgo de exclusión de su entorno más próximo, así ahorra en costes de seguridad de sus trabajadores y reduce pérdidas en costes de materiales robados. Una empresa cuyos productos son todos para la higiene femenina, se marca el objetivo de luchar contra el cáncer de mama, y además de implicar a toda su clientela reduce la mortalidad de su principal población de consumo. O una empresa con una elevadísima tasa de venta cuyo producto se consume en plástico, se marca el objetivo de recoger todos sus envases, recuperar ese plástico e innovar en otros materiales más amigables con el planeta. Por supuesto, en todos los ejemplos, la reputación se convierte en un preciado bien cuya cotización está progresivamente al alza.
Todos son casos reales de empresas, algunas bastante conocidas y otras no tanto, grandes y pequeñas, que han llevado la RSC a la estrategia de su negocio encontrando con ello todos los beneficios tangibles e intangibles externos que este enfoque de gestión les brinda. Pero también internamente los beneficios siguen aumentando en forma de lealtad de los trabajadores, atracción de inversores, más alta productividad de los equipos, mayor atracción y retención del talento, mejor clima laboral, menor absentismo, más creatividad e innovación…
Medir lo que nunca se midió
Una vez definidos los objetivos y determinados los indicadores, sólo queda poner en marcha acciones para conseguirlos. Y es más fácil idear acciones cuando tenemos claro para qué las estamos poniendo en marcha y cómo las vamos a medir. Eso es la RSC.
Vistos los beneficios, cabría preguntarse por qué, aunque avance, la Responsabilidad Social no es ya algo generalizado en las empresas. Analizar esto ha dado para otros artículos en el pasado en este mismo periódico, y seguirá siendo motivo de reflexión. Pero hoy nos quedamos con el problema que parece suponer la falta de costumbre de medir los impactos sociales o ambientales, y aún más problema parecemos tener en contarlos.
No es fácil contar lo que nunca se contó, y menos medir lo que nunca se midió, cuando además no existe todavía una metodología compartida y clara para hacerlo. Sin embargo, el ejercicio de medir, sea con el mecanismo que sea, es ya un motor de mejoras.
No lo digo yo. Según Esimpact, la asociación para la difusión y generación de conocimiento sobre la medición y gestión del impacto social, el 95% de las organizaciones que miden el impacto social han identificado mejoras claras en su gestión. Son datos del informe “Luces y sombras de la medición del impacto social en España” publicado recientemente por este colectivo.
Mientras nos ponemos de acuerdo, y sobre todo si son empresarios o empresarias: definan sus objetivos en el triple impacto, determinen cómo van a medirlos y con qué acciones pretenden alcanzarlos. Ya después sólo les queda ponerse en marcha, ejecutar las acciones y periódicamente medir sus resultados para ver cómo mejorar la eficacia de lo que hacen. Eso es RSC. No se olviden de compartirlo con su plantilla, y de contarlo a la sociedad. Ganamos todos.» Medir la sostenibilidad mejora la rentabilidad empresarial.